Gabriel Carrión, escritor – @gabrielcarrionl
El covid 19 no solo ha dejado un rastro de cadáveres en todo el mundo, sino la sensación, vendida cada vez más desde los medios de comunicación, la industria farmacéutica y la clase política, de que los ciudadanos estamos cada día más necesitados de una sana salud mental, porque nos hemos convertido en enfermos. Y esto es falso.
Sin entrar a cuestionar en el presente artículo como se ha gestionado en los países de todo el mundo la pandemia del COVID 19, ya están surgiendo informes en revistas especializadas que hablan de negligencias importantes por parte de las clases políticas, avaladas por determinados científicos más interesados en medrar que en sanar y decir la verdad; si es conveniente tener claro que cada vez más se está asediando a los ciudadanos con el fin de hacerles ver que su normalidad, con todos los problemas que ser normal en una etapa como la que vivimos conlleva, podría ser algo más: una enfermedad mental.
Cada día las cifras oficiales de venta de ansiolíticos aumentan en todo el mundo que los pude pagar. Parece ser que se han convertido en carne de cañón todas aquellas personas que tienen sudoraciones, taquicardia o pánico, para los cuales la psiquiatría moderna ha definido el Trastorno de Ansiedad Generalizado como su enfermedad de cabecera. Y lo peor es que si usted va a un médico generalista con estos síntomas, éste les diagnosticara depresión y le recetara algún antidepresivo.
En 2009 el neuropsiquiatra José Luis Tizón afirmaba: …el sistema de salud es una cortina de humo donde se promete a todo el mundo tratamiento, y sin embargo no se les trata de forma adecuada… Él y otros muchos profesionales de la medicina honestos ya explicaban hace años que el gran logro de las industrias farmacéuticas había sido la creación de los inhibidores de la serotonina, convertidos en pastillas bajo el nombre de productos tan conocidos como Zeroxat o Prozac, fácilmente por médicos generalistas no especializados.
La llegada de estos medicamentos y otros al cabo de los últimos años, ha hecho que estemos siendo sobre medicados sin control. En 2013 el médico y psiquiatra Allen Frances, quien fuera el presidente del grupo de trabajo del DSM IV (los DSM son las presuntas biblias de los psiquiatras en todo el mundo) y formo parte del grupo directivo del DSM III, siendo entonces, además catedrático emérito del departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Durham, en Carolina del Norte (EE.UU.) escribía lo siguiente en uno de sus ensayos publicados en formato de libro:
“Podemos sentir tristeza, pesar, preocupación, ira, disgusto y terror, ya que todas esas emociones son adaptables. En ocasiones (especialmente como respuesta a tensiones interpersonales, psicológicas y prácticas), nuestras emociones se nos pueden ir temporalmente de las manos y provocarnos una angustia o una discapacidad considerables. Sin embargo, la homeostasis (que no es ni más ni menos que la capacidad de los organismos para regular las influencias de agentes externos) y el tiempo son remedios curativos naturales y la mayoría de las personas se recuperan y recobran su equilibrio natural”.
Por lo tanto, según Frances, aunque matizable: “El trastorno psiquiátrico consiste en síntomas y comportamientos que no se autocorrigen; una avería en el proceso curativo homeostático normal. La inflación diagnóstica (diagnosticar abusivamente) tiene lugar cuando confundimos (los profesionales) las perturbaciones típicas que forman parte de la vida de todo el mundo con un auténtico trastorno psiquiátrico (el cual es relativamente poco frecuente, afectando tal vez al 5 o 10% de la población en un momento dado)”.
¿Está en peligro la “normalidad”? ¿Cuál es el propósito de las campañas permanente de los diferentes estados en hacernos creer que hemos salido “tocados”, enfermos de la pandemia?
Quizá para terminar con esta pequeña aproximación a los abusos de la psiquiatría cabría volver a citar a Allen Frances, psiquiatra, quien era tajante cuando afirmaba: “Los trastornos mentales deberían ser diagnosticados únicamente cuando su manifestación es muy clara, grave, y es evidente que no se van a curar por si solos. La mejor manera de afrontar los problemas cotidianos es resolverlos directamente o esperar a que desaparezcan, no tratarlos como un problema médico con un diagnóstico psiquiátrico o con una pastilla”.
En definitiva que la vida no es fácil, aunque si nos comparamos con generaciones pasadas veríamos que nos apabullan circunstancias ciertamente absurdas. Cuando nos encontremos en situaciones de estrés, con sensaciones como las que comentábamos al principio, la mejor de las recetas es buscar el apoyo de nuestra familia biológica o adoptada, los amigos o las comunidades a las cuales pertenezcamos, clubs sociales, etc.
Acudir prematuramente a la medicación, aunque tengamos a un médico de cabecera “bien dispuesto” quizá por las regalías que le supondrán recetarnos todo tipo de pastillas, a lo mejor deberíamos entender que la “normalidad” es precisamente tener días buenos y otros menos buenos.
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